Arqueología 

Malaquías

Arqueología de Malaquías

NOTAS CULTURALES E HISTÓRICAS

Malaquías 2. “Matrimonio y divorcio en el antiguo Israel”

En el centro del concepto hebreo sobre el matrimonio se encuentra la noción del pacto, el cual es un convenio de unión legal con ramificaciones espirituales y emocionales (Pr 2:17). Dios sirve como testigo ante el pacto matrimonial, bendice la fidelidad en el mismo y aborrece la traición (Mal 2:14-16). La participación tan cercana del Señor convierte este compromiso legal en una unión espiritual, «así que ya no son dos, sino uno solo» (Mt 19:6), El propósito del matrimonio tal como se estructura en la Biblia es para encontrar un verdadero compañerismo (Gn 2:18; Pr 18:22), producir una buena descendencia (Mal 2:15; 1Co 7:14) y cumplir el llamado de Dios para la vida de los individuos (Gn 1:28).

En el antiguo Israel se acostumbraba que los padres arreglaran los matrimonios (Gn 24:47-53; 38:6; 15 18:17), aunque también era común casarse por amor (Jue 14:2). Los matrimonios arreglados resaltan la naturaleza del pacto matrimonial como un compromiso diseñado para que dure más tiempo que el encaprichamiento juvenil. La declaración del primer matrimonio: «Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2:23), lo que es una fórmula que enfatiza el parentesco (Gn 29:14; 25 5:1; 19:12-13). El matrimonio une al esposo ya la esposa en una entidad mayor que cualquiera de los dos como individuo, con el fin de asegurar la continuidad del linaje familiar. El matrimonio dentro del grupo de parentesco se estimulaba para no alterar el patrimonio de tierras familiar (Gn 24:4; Nm 36:6-9), y en caso de que el esposo muriera y dejara a la mujer sin haber tenido hijos, la ley proveía que el hermano del esposo actuará como levirato con el fin de que continuara la descendencia del fallecido (Gn 38:8; Dt 25:5-6).

Un periodo de compromiso precedía a la celebración de la boda y la consumación de la unión matrimonial. La petición de compromiso se consideraba tan seria como el mismo matrimonio, y una mujer comprometida se le consideraba legalmente casada (Dt 22:23-29). El compromiso se consumaba con el pago por el precio de la novia al padre de la misma (Gn 29:18; Jue 1:12). Esto debe entenderse como una compensación que se le entregaba a la familia por la pérdida de la novia. El padre disfrutaba de este beneficio temporalmente, pero ante situaciones como la muerte del padre o en el caso de que la hija enviudara, el dinero se le devolvía a la hija. Además, se le entregaban regalos a la novia y a su familia ante la aceptación de la propuesta de matrimonio (fin 24:53).

De este modo, el matrimonio y su correspondiente inversión económica introducían a las familias de la novia y el novio en una relación legal entre ambas partes (Gn 31:50).

La ley israelita incluía una provisión para el divorcio, proceso que únicamente lo iniciaba el esposo.

Los matrimonios se disolvían a través de un contrato con un certificado de divorcio (Dt 24:1). Este documento de divorcio muy probablemente contenía una fórmula de repudio declarada oralmente ante testigos: «Ni ella es mi esposa ni yo soy su esposo» (Os 2:2). La declaración podía acompañarse por un signo, el acto de quitarle la vestidura exterior a la mujer como una anulación de la promesa hecha al momento de la boda de protegerla y de mantenerla económicamente (8t3:9; Ez 16:8,37; Os 2:3,9)) A un hombre no se le permitía divorciarse de una mujer si la había obligado a acostarse con él durante el tiempo en que ella no estaba comprometida (Dt 22:28-29) o si la había acusado falsamente de no ser virgen después de haberse casado con ella (Dt 22:13-19).

NOTAS CULTURALES E HISTÓRICAS

Malaquías 3. “El período intertestamentario"

El periodo inter-testamentario designa el tiempo entre Malaquías (aprox. 400 a.C.) y el nacimiento de Jesús. Este también era parte del periodo del Segundo Templo, el lapso entre la construcción del templo postexílico en 515 a.C. y la destrucción del templo herodiano a manos de los romanos en el 70 d.C.

La experiencia histórica de Israel cambió rápidamente durante los períodos sucesivos de soberanía persa, griega y romana. Después de derrotar a los babilonios, el rey persa Ciro II emitió un edicto en 538 a.C. en el que le permitía a algunos judíos regresar a Israel y autorizó la construcción del templo (Esd 1:2-4). Israel, una satrapía, o provincia del imperio persa, estaba gobernada por gobernadores y sacerdotes. En 332 a.C. Alejandro el Grande se apoderó de Judá. Después de su muerte en 323 a.C. sus generales compitieron por el control del vasto imperio griego. Israel existió bajo la soberanía egipcia Ptolemaica de 302 a 200 a.C. y bajo el control seleúcida sirio de 200 a 152 a.C.

Antíoco III, el primer rey seleúcida, le permitió a Israel vivir bajo la jurisdicción del sumo sacerdote. Sin embargo, Antíoco IV Epífanes buscó reorganizar Jerusalén como una gran ciudad griega en 174 a.C. En 168 a.C., Antíoco IV emitió un edicto en el que le prohibía a los judíos la observancia del sábado, la circuncisión, las leyes dietéticas y los sacrificios en el templo (1Mc 1:41-64),' y profanó el templo al erigir un altar a Zeus (véase Dn 11:31).

Este edicto incitó la revuelta de los macabeos, la cual comenzó en 167 a.C. cuando un sacerdote anciano, Matatías lo desafió al asesinar a un oficial sirio y un judío que estaba preparando el sacrificio a Zeus. Después de la muerte de Matatías, sus cinco hijos, y especialmente Judas Macabeo, asumieron el liderazgo. El templo fue limpiado y re dedicado, un acontecimiento que todavía se conmemora, bajo el nombre de Hanukkah. El éxito macabeo llevó a Israel a una condición de independencia estatal en 142 a.C.

Los sacerdotes-reyes macabeos (los asmoneos) gobernaron Israel desde 163 a 142 a.C., hasta que el general romano Pompeyo incorporó a Judea dentro del Imperio Romano.

Los romanos le otorgaron a Herodes el Grande, quien gobernó de 37 a 4 a.C., la posición de rey satélite (un rey que gobierna en sumisión a un gobernante extranjero y con su respaldo). Los extensos programas de construcción de Herodes y la espléndida expansión del templo de Jerusalén le ganaron alguna simpatía popular, aunque su disposición de matar a todos sus oponentes selló su memoria como un cruel tirano (Mt 2:1-20). Su hijo Arquelao asesinó a 3,000 judíos durante la Pascua. Después de su exilio en 6 d.C. Judea quedó reducida a una provincia romana, gobernada por prefectos y procuradores de 6 a 66 d.C. (el más famoso de todos fue Poncio Pilato). La insensibilidad del liderazgo romano y el recuerdo del éxito de los macabeos llevó a Judea a una revuelta. La rebelión de los cuatro años, aunque peleada fieramente, terminó con la destrucción del templo en 70 d.C. Una segunda revuelta abarcó desde 132 a 135 bajo Bar Kokhba y Rabbi Akiba. Después de pérdidas masivas en ambos lados, Jerusalén se convirtió en una ciudad pagana, Aelia Capitolina, a la que se les prohibía el acceso a los judíos.

El periodo intertestamentario trajo desarrollos religiosos significativos, fue testigo de la diversidad de estos dentro del judaísmo y proporcionó el contexto para el Nuevo Testamento:

LA VERACIDAD DE LA BIBLIA

Malaquías 4. “El Canon del Antiguo Testamento”

Canon (del griego kanon: «norma; estándar de medida») se refiere a los escritos que están autorizados para la feo para la práctica religiosa por virtud de su inspiración divina. En segundo lugar, el término designa una lista de tales libros autorizados.

En contextos extrabíblicos, los escritos canónicos eran conocidos en el antiguo Cercano Oriente. Los textos de las pirámides afirman incorporar citaciones directas de dioses egipcios. Videntes mesopotámicos registraron revelaciones que afirmaron haber recibido de los dioses en sueños y visiones. Estas composiciones se guardaban en los templos para que los sacerdotes las preservaran. Documentos importantes religiosos y seculares se copiaban con cuidado meticuloso y con frecuencia contenían maldiciones contra cualquiera que alterara sus contenidos. En particular, los tratados se preservaban en duplicados, con una copia depositada en el templo de cada rey, se guardaban cuidadosamente y se releian periódicamente.

Estas prácticas encuentran paralelos en el tratamiento de los escritos bíblicos. Como un documento de pacto o tratado, la antigua legislación mosaica se preservaba en el arca del pacto (Dt 31:9),2 primero dentro del tabernáculo y después en el templo; se copiaba fielmente sin ninguna alteración (Dt 4:2; 12:32); y se leía públicamente cada siete años (Dt 31:10-13).

El autor de un escrito canónico debía ser un profeta israelita que hablara en nombre del Señor. El cumplimiento de las profe-cías a corto plazo, demostraba la autenticidad del profeta ante los ojos de sus compatriotas (p.ej. Jer 28:15-17), después de lo cual sus mensajes proféticos debían reverenciarse y obedecerse.

La autoridad intrínseca de los libros canónicos se reconocía desde la fecha de su composición, y los profetas posteriores a veces citaban las obras de sus predecesores como Escrituras autorizadas (p.ej. Jer 26:18 cita Mi 3:12, y Dn 9:2 hace referencia a Jer 25:11-12).

Los escritos rabínicos y el antiguo historiador judío Josefo' dan testimonio de que la autoría profética era esencial para que un libro fuera incluido en el canon. El cierre del canon del Antiguo Testamento coincide con el cese de esta actividad profética.

Los primeros testigos enumeran los libros del canon del Antiguo Testamento hasta el 24. Este total corresponde a nuestros 39 libros, con los 12 profetas menores contados como un libro y los libros de Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras-Nehemías cada uno como una sola unidad.

Algunas listas unen Lamentaciones con Jeremías y Rut con Jueces con el fin de lograr a la fuerza que el total corresponda a las 22 letras del alfabeto hebreo. A fin de cuentas, estos libros se les ubicaba bajo tres categorías diferentes: la Ley, los Profetas y los Escritos. Los 39 libros de nuestro Antiguo Testamento previamente aparecían como tales en la Septuaginta, y entre los Rollos

del Mar Muerto (fechados entre 150 a.C.-150 d.C.), se han encontrado fragmentos de todos estos libros, excepto de Ester.

Jesús y los apóstoles reconocían el mismo canon, de acuerdo a las citas del Antiguo Testamento y al uso de frases como «la Ley y los Profetas».

Algunos eruditos en Jamnia en el 90 d.C. discutieron el estado de algunos de estos libros, bajo el supuesto de que ya habían sido aceptados como canónicos. Las deliberaciones resolvieron dificultades de interpretación a la luz de otros libros canónicos, como las aparentes contradicciones (p.ej. las diferencias entre Ez 40-48 y Levítico), el aparente escepticismo (en Eclesiastés), el erotismo (en Cantar de los Cantares) y la falta de alguna referencia a Dios (en Ester).

Algunos estudiosos argumentan que el canon judío de Alejandría, Egipto, incluía los libros apócrifos. Sin embargo, Filón de Alejandría (aprox. 20 a.C.- 50 d.C.) nunca se refirió a alguno de ellos como Escritura Sagrada, y muchos de los primeros padres de la iglesia (p.ej. Orígenes, Atanasio, Crisóstomo y Jerónimo) se sentían manifiestamente incómodos de considerarlos canónicos o rara vez los citaban. Los primeros manuscritos de la Septuaginta (siglos cuarto y quinto d.C.) incluyen algunos de los libros apócrifos, probablemente como literatura religiosa suplementaria, pero la lista no corresponde a los 14 libros apócrifos designados como tales en el Concilio de Trento en 1546. Muchas obras no canónicas adicionales fueron citadas por los judíos en épocas pre-cristianas, como lo evidencia la gran cantidad de literatura religiosa descubierta en Qumrán. Pero los 39 libros canónicos del Antiguo Testamento corresponden a aquellos que Israel ha considerado como Escritura Sagrada desde tiempos antiguos.

(Biblia de Estudio Arqueológica. Vida. p.1587)