Evaluación y Aplicación

Evaluación y Aplicación

Evaluación y Aplicación

Una vez que hayamos descubierto el sentido de un pasaje bíblico nuestro paso lógico siguiente será discernir los valores que podemos extraer del mismo para la edificación de la vida. Este paso consta obligatoriamente de dos fases: las que han sido llamadas “evaluación” y “aplicación”.  

Será totalmente imposible describir aquí los innumerables y complicados procesos que abarcan estos estudios. Por esta razón, el propósito de las explicaciones que presentamos será establecer algunos principios generales básicos y un esquema de los aspectos esenciales que pueden presentarse al evaluar y aplicar los escritos de la Biblia. Los detalles han de ser descubiertos por nuestros lectores.

Significado y lugar de la evaluación 

Evaluar es aquilatar el valor de algo, apreciar su calidad, relevancia, y utilidad. Es por ello que el proceso de evaluación contiene respuestas a interrogantes como estas: ¿Ha obtenido éxito un autor determinado en lo que ha tratado de hacer? ¿En qué medida ha logrado su finalidad? ¿Son válidas o no sus declaraciones? Si son válidas, ¿para quiénes, cuándo, y qué propósito son válidas?

Habiendo visto el significado de la evaluación, debemos destacar dos hechos referentes al lugar que le corresponde dentro del estudio metódico. El primero fue expuesto al concluir nuestras explicaciones sobre la interpretación, es decir, que la evaluación debe seguir a la interpretación y no preceder o ser simultánea con ella. El segundo es que la evaluación debe preceder a la aplicación propiamente dicha. Contrariamente a la creencia y práctica corrientes, una unidad de las Escrituras no está lista para ser aplicada tan pronto como se descubra su significado. La interpretación debe ser seguida de un proceso de apreciación en el cual se discierne la relevancia y valor de un pasaje antes de que su empleo tenga base sólidas. Es más, la evaluación puede ser considerada muy bien como la fase más importante de todo el proceso general de la aplicación. El uso deshilvanado de los relatos bíblicos, sin previa evaluación, puede conducir a un desastre espiritual. Por otra parte, si hacemos una evaluación apropiada estaremos en el camino justo para alcanzar una interpretación eficiente.

Por esta razón, no trataremos de eximir las Escrituras de ser objeto de un criticismo judicativo, ya que las diferentes partes de la Biblia contienen diversos grados de relevancia y valor. Ejemplo de ello es el hecho de que si tuviéramos solamente algunos de los libros de las Escrituras, habría unos que preferiríamos a otros. Desde luego que habría diferencia de opinión con respecto a qué libros en especial serían elegidos; pero el hecho es que habría una elección, elecciṕn que presupone una diferencia en el valor. Estos hechos sirven simplemente para destacar la verdad de que no es razonable tratar de evitar la evaluación legítima de las unidades bíblicas, como hacen muchos. La apreciación de los pasajes bíblicos debería más bien practicarse fielmente para lograr que el estudio de la Biblia obtenga su culminación adecuada.

 

Proceso de la evaluación

En la evaluación de los escritos bíblicos uno se encuentra frente a dos preguntas principales. La primera comprende la certeza y valor de las Escrituras como un todo o de partes extensas de la misma. Puede plantearse así: ¿Tiene la Biblia (o una gran parte de la Biblia) algún valor para el hombre moderno, carece de todo valor y es algo inútil?

Esta interrogación es básica para toda la evaluación y aplicación de las Escrituras, ya que si la respuesta es que toda la Biblia o gran parte de la misma carece de valor para el hombre moderno de hoy día, entonces se habrá completado el proceso de evaluación en relación con el material en cuestión y, lo que es más, habrá desaparecido la necesidad de la aplicación, ya que la base de la aplicación de los conceptos bíblicos es que estos tienen valor y, por tanto, deben ser aplicados para mejorar nuestras vidas.   

El procedimiento que se sigue para responder a esta pregunta básica es demasiado complicado para poderlo detallar aquí. Sin embargo, en general comprende la aplicación de todas las pruebas de verdad y valor que puedan utilizarse para discernir la veracidad y solidez de cualquier aseveración metafísica o supuestamente histórica. En lo concerniente a la metafísica, esta prueba habrían de incluir, entre otras, la prueba pragmática y la de congruidad. En lo referente a la historia de las Escrituras, uno puede hacer uso de todas las investigaciones que se realizan en un tribunal de justicia para decidir si ciertos hechos sucedieron en realidad. Entre otras cosas, incluirían determinar la autenticidad de los documentos y la veracidad de los testigos, la evaluación de las pruebas que corroboran los hechos y juzgar la solidez psicológica de las declaraciones de la Biblia.   

     2. Proceso de la evaluación específica

Suponiendo que nuestra respuesta a la primera pregunta fuera que las Escrituras son generalmente de valor para la vida contemporánea, entonces nos enfrentamos a la segunda interrogante de la evaluación. Puesto que la Biblia es valiosa para la vida moderna, ¿cuál  es el valor exacto de lo expuesto en ciertos y determinados pasajes? ¿Cuándo, dónde, y para quién tiene valor?

La labor primordial de esta fase de la evaluación es analizar las manifestaciones contenidas en un pasaje para poder determinar cuáles de sus verdades son eternas y por ende, tienen valor actual. Esto sugiere que como ciertos libros de la BIblia fueron escritos en momentos históricos determinados y adaptados al ambiente, algunos de sus relatos son estrictamente locales y por ello de valor limitado. Tenemos que diferenciar entre aquellas verdades que son estrictamente locales y las generales, ya que si utilizamos verdades locales como si fueran generales, estaríamos provocando serios problemas en el área de la aplicación.

Las Escrituras mismas nos señalan que el modelo final para determinar qué verdades son universales es Jesucristo, quien, como Hijo Encarnado de Dios, representa todo aquello que es terno y de valor supremo. Jesucristo ha de ser, pues, la medida de todas las cosas. el Nuevo Testamento, por tanto, encierra que su vida y todas sus implicaciones han de ser la base para aquilatar los relatos del Antiguo Testamento.

El proceso específico para determinar qué verdades son universales será ilustrado ahora en relación con las tres clases de pasajes que encontraremos.   

La primera clase consiste en pasajes del Antiguo Testamento,especialmente los de tiempos anteriores a los profetas, los cuales contienen verdades limitadas pues fueron escritos en los primeros tiempos de la revelación que se estaba desarrollando. Podemos citar Deuteronomio 27:30 como ejemplo.

En la interpretación de este pasaje se descubre que su mensaje principal es que si los israelitas obedecen a Dios obtendrán bendiciones físicas y espirituales; pero, si lo desobedecen, serán castigados físicamente. Esto se deduce de las descripciones contrastantes de bendiciones y execraciones de los capítulos 27-28, así como también del párrafo resumen al final del capítulo 30.

Puesto que este pasaje se encuentra en el Antiguo Testamento, el cual ha sido superado por el Nuevo Testamento por encerrar este la revelación final y suprema de Dios al hombre en Cristo Jesús, el pasaje Deuteronomio 27-30 debe aquilatarse basándose en el Nuevo Testamento. Cuando lo hacemos descubrimos que algunas de las verdades de este pasaje son locales y limitadas en su naturaleza, ya que el creyente del Nuevo Testamento no se le promete prosperidad física y espiritual al convertirse en discípulo de Cristo; al contrario, el Nuevo Testamento enseña claramente que con frecuencia la adversidad física será la compañera del discípulo. Para ejemplos de estas enseñanzas, véase Mateo 5:10-12, Lucas 6:20-26, Juan 15:20-27, y el libro de los Hechos.

Es más, la muerte de Jesús mismo es la contradicción suprema de la relación inevitable entre la prosperidad física y la espiritual; porque aunque Jesús era Hijo de Dios y Mesías espiritual, no era el Mesías físico que habían esperado. Antes bien, él proclamó que su función era la de convertirse en redentor espiritual a través de su muerte física. Y lo que es más aún, exigió de sus discípulos que pensaran de la misma forma, puesto que les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34).

El Nuevo Testamento hace de esta manera una perfecta distinción entre bendiciones físicas y espirituales que no hallamos en Deuteronomio 27-30 y que no hubieran podido ser comprendidas por la mayor parte de las personas en tiempos del Antiguo Testamento. Esto se corrobora al examinar aquellos pasajes del Antiguo Testamento que representan el comienzo de las separación de los físico y lo espiritual que culmina en el Nuevo Testamento. Tomemos, por ejemplo, Isaías 53. Su principio tiene gran significados :”¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” El concepto de un siervo sufriendo era increíble para los que el escuchaban. Porque, ¿cómo habría de ser que sufriese un siervo de Dios? Es más, los fariseos de tiempos de Jesús manifestaron la misma incredulidad; tampoco podían distinguir entre lo físico y lo espiritual.      

Ahora bien, esto no quiere decir que porque el Nuevo Testamento separe las bendiciones físicas de las espirituales no exista alguna verdad general que pueda ser aplicada a nuestros tiempos en Deuteronomio 27-30. Existía una razón para la asociación físico con lo espiritual en Deuteronomio. Las bendiciones físicas eran demostración de bendiciones espirituales. Eran necesarias para enseñar al pueblo que Dios cumple su palabra y que la obediencia a Dios era el secreto de la felicidad de Israel. Sin embargo, al venir Cristo ya no hubo necesidad de estos símbolos. La Encarnación misma se convirtió en el símbolo mediante el cual se enseñó a los hombres que Dios cumple sus promesas y que la vida eterna depende de nuestra relación con él. Por consiguiente, la enseñanza bàsica de Deuteronomio 27-30 y del Nuevo Testamento es esencialmente la misma. La diferencia entre los dos es de medios más bien que de fines, y al examinar las enseñanzas de Jesús resulta evidente que el camino hacia la vida eterna puede muy bien ser el camino del sacrificio total  de sí mismo. Porque él dijo a los que le rodeaban: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mat 8:35-36).

Encontramos una segunda clase de pasajes cuando tratamos de discernir cuáles son las verdades bíblicas universales. Son aquellos que contienen referencias a ciertas situaciones y prácticas locales. Ejemplos de esta clase con: Romanos 14:1-15:13; 1 Corintios 11:1-6; y Gálatas 5.

Si se examina el primero de los pasajes mencionados, Romanos 14:1-15:33, encontraremos que concierne a ciertos problemas locales de la iglesia en Roma, como los debates entre los que comían carne y los que no la comían. Ahora bien, este problema tiene escasa relevancia para nosotros, no por la naturaleza del mismo sino porque es obsoleto. Sin embargo, al tratar de buscarle una solución Pablo presentó ciertos principios fundamentales que, desde el punto de vista de todo el conjunto del Nuevo Testamento, son eternos y por tanto de gran importancia para nosotros. Estos pueden resumirse en las siguientes palabras: existe cierta àrea periférica en la experiencia del cristiano en la que solamente su conciencia puede ser la autoridad para decidir si se debe o no seguir una determinada práctica; y al determinar cuál ha de ser su decisión, debe estar guiado por dos elementos fundamentales, a saber, su relación de fe con Dios y las consecuencias que esta relación pueda tener para los demás cristianos.

Así pues, en relación con un pasaje semejante, cuando simplemente se eliminan los accidentes, es decir, las prácticas o situaciones eminentemente locales, se descubre lo fundamental del mismo, aquellas verdades que tienen importancia y valores universales.  

Un tercer tipo de pasaje es aquel  que, aunque escrito concretamente con relación a una situación histórica determinada, contiene aseveraciones que muy bien pueden ser aplicadas a cualquier otra. Juan 3:16-21 cae dentro de esta categoría. ES más, cuando son juzgados de acuerdo con las normas establecidas en el Nuevo Testamento, algunos de los pasajes del Antiguo Testamento, como Isaías 53, pueden ser clasificados dentro de este grupo.

El lector no debe suponer que los grupos que acabamos de presentar tienen un concepto rígido. Existen muchas ramificaciones y variaciones. Algunos pasajes combinan elementos de diferentes clases. También podrían idearse otras clasificaciones, pero el punto básico de nuestra explicación es el mismo, es decir, que uno debe distinguir entre aquellas verdades que son locales y limitadas y aquellas otras que son eternas y generales, si es que nuestra aplicación ha de tener una base sólida.

Varias sugerencias sobre la evaluación

La siguiente enumeración de sugerencias se relaciona con el problema general de la evaluación como con los aspectos más detallados de la misma, veamos:

1) En el proceso de evaluación debemos tratar siempre de evitar juicios precipitados. Nuestra apreciación debe caracterizarse por decisiones bien pensadas y por la posposición del juicio cuando así sea necesario. Uno debe estar pronto a poner en duda el valor del propio juicio que el valor de una unidad particular de las Escrituras. Porque existen muchas razones para pensar que hay mucho más contenido en cualquiera de las partes de la Biblia de lo que pueda parecer a simple vista. Basta recordar que las Escrituras han sobrevivido siglos de crítica destructiva y de persecuciones. Por alguna razón tiene que haber sobrevivido. ¡Debe haber en ellas un gran poder de supervivencia! Lo más razonable al enjuiciar ciertos relatos es, por tanto, ser extremadamente cuidadoso antes de considerarlos como carentes de valor.

2)  Debemos estar al tanto de la entrada del elemento subjetivo en la evaluación. Existe un peligro real de que nuestra apreciación sea reflejo de nuestros deseos y por esta razón resulte una vía de escape de nuestras responsabilidades.

3) La obra de cada autor debe juzgarse ante todo sobre la base de sus intenciones. Si un autor, por ejemplo, está tratando de describir cómo se construye una bomba atómica, no podemos censurarlo por no ofrecernos la receta para hacer un pastel de calabaza. O si otro autor ha escrito una novela histórica moderna, no puede criticarsele que no haya incluido la caìda del Imperio Romano. Una vez se han descubierto las intenciones del autor, en un pasaje dado, nuestra apreciación debe tomarlas como guía. Todo autor tiene derecho a limitarse a sí mismo, y si está auto limitación es válida, debe juzgarse solamente sobre esta base.   

4) El criticismo judicativo debe tomar en consideración la situación histórica  dentro de la cual sucedieron los hechos relatados en un pasaje o a la cual estaba referido. Una unidad bíblica  no debe ser evaluada simplemente sobre la base de un modelo abstracto o universal, aunque hayamos encontrado este modelo en el Nuevo Testamento. La apreciación adecuada ha de incluir las demandas, las limitaciones, y las necesidades del medio histórico del pasaje antes de tratar de pronunciar in enjuiciamiento final de si el mismo es correcto o erróneo, bueno o malo.

Este principio es aplicable sobre todo a la ètica del Antiguo Testamento, la cual es juzgada con frecuencia tomando como base un modelo ideal del Nuevo Testamento. Debe recordarse que los códigos de moral cambian con los tiempos, y debe distinguirse entre bondades de una idea o hecho en particular para aquellos en su lugar de origen y para aquellos que viven en la era del Nuevo Testamento. Existe la posibilidad de que una práctica determinada sea juzgada como buena desde el punto de vista de su criterio contemporàneo pero mala o equivocada en comparación con las ideas de hoy día. Aunque este último tipo de enjuiciamiento es el más importante y final, debe, sin embargo, estar basado en el primero.   

Porque lo cierto es que si vamos a juzgar indiscriminadamente las unidades bíblicas,  pudiéramos olvidar que en algunos casos la motivación para un acto determinado puede haber sido y ser aún buena, mientras que el resultado concreto, aunque válido en el pasado, puede ser estimado como erróneo desde el punto de vista del criterio moderno. Por ejemplo, el celo en el amor de Dios puede haber sido expresado de manera injusta si lo consideramos desde el punto de vista moderno; sin embargo, ello no altera el hecho de que el celo en el amor de Dios es algo bueno.

Tenemos entonces que, por diversas razones, se debe hacer una legítima distinción entre los méritos de un determinado acto en relación con aquellos que originalmente lo practicaron y el cristianismo moderno; y esta distinción, basada en nuestro conocimiento del ambiente histórico debe tenerse presente siempre a través del proceso de evaluación.    

5) Debe haber consistencia en las evaluaciones. No se debe juzgar algo como bueno en un caso y como malo en otro. Por otra parte, si uno censura una idea o hecho en una situación determinada, no debe aceptarla como buena dentro de otra situación más o menos semejantes. Hay muchas personas que censuran las prácticas descritas en ciertas partes del Antiguo Testamento; y sin embargo, aprueban básicamente las mismas prácticas en el mundo moderno.

6) La decisión más importante concerniente a aquellos pasajes que se presenta como histórico es la de si en realidad contienen o no verdades históricas. Esta evaluación es mucho más importante, por ejemplo, que la decisión interpretativa relacionada con la naturaleza literaria de una unidad, es decir, se es literal o figurada.     

7) Al evaluar aquellas partes de la Biblia en las que existen aparentes discrepancias, debe recordarse que aunque las discrepancias existan realmente, no son sustanciales sino de naturaleza accidental. La importancia de esta distinción se aclara cuando uno examina el sentido de “sustancia” y “accidente”.  “Sustancia” puede definirse como “aquello que yace debajo de toda manifestación externa; ser, esencia o naturaleza de las cosas; valor y estimación de las cosas; aquello que constituye lo que una cosa es. Elemento o elementos esenciales”.

Es más, desde un punto de vista etimológico, la palabra “sustancial” se deriva del latín substare, que quiere decir “estar por debajo o presente, permanecer”. Por otra parte, “accidente” es una “circunstancia contingente… Una cualidad, especialmente que no sea ni específica ni esencial a la naturaleza misma de la cosa”. Proviene del latín accidere, que significa “suceder”.  

Así tenemos que al indicar que las posibles variaciones en la Biblia pueden ser accidentales más bien que sustanciales, se infiere que se relacionan con lo contingente pero que no alcanzan a tocar lo que es necesario a su propia naturaleza. Por consiguiente, de ninguna forma pueden alterar o cambiar el valor básico de las Escrituras porque a pesar de ellas las Escrituras siguen siendo lo que son.

Podemos demostrar fácilmente cuán legítima es esta distinción entre accidente y sustancia con hechos de la vida cotidiana. Por ejemplo, uno puede penetrar en un bosque en el que puede haber muchos olmos. Todos estos árboles poseen las mismas cualidades comunes a todos los olmos y no a ningún otro árbol. Por tanto, todos los olmos son iguales unos a otros. Sin embargo, si los detallamos veremos que se distinguen entre sí: unos son más altos que otros; otros tienen más ramas. Pero estas variaciones accidentales no afectan en absoluto el hecho de que son olmos. De modo semejante, a veces ocurren errores en los certificados de nacimiento. A veces la fecha o el lugar son inscritos incorrectamente: Sin embargo, esto no altera el hecho básico del nacimiento de una persona. Y es este hecho el que es esencial y de suprema importancia. La falta de veracidad del certificado de nacimiento es algo puramente accidental.    

Debemos destacar que aunque pueden existir algunas variaciones en las Escrituras, cuando se examinan de cerca se verá que muchas de ellas con más aparentes que reales. En relación con esto escribe Terry:

Podemos trazar el origen de gran parte de las discrepancias de la Biblia a una o más de las siguientes causas: errores hechos por los copistas de los manuscritos; la diversidad de nombres dados a la misma persona o lugar; diferentes métodos de computar el tiempo y las estaciones; y el alcance y plan particular de cada libro. Las variaciones no son contradicciones, y muchas de ellas surgen al utilizarse diferentes métodos en el arreglo de una serie individual de hechos. Las particularidades del pensamiento y expresión orientales muy a menudo dan origen a aparentes extravagancias en la expresión o a equivocaciones verbales, que pueden ser objeto de críticas por parte de escritores occidentales no tan apasionados.     

8) El enjuiciamiento acertado de las Escrituras debe tener como base el conocimiento de la historia de cómo fueron producidas, canonizadas, y transmitidas. Cuando uno estudia historias de la Biblia elementos incluidos es este principio se aclaran por el completo.